lunes, 20 de enero de 2014

Olga

Mientras avanzaba a su encuentro mi cabeza elabora múltiples escenarios de posibles conversaciones, eran reforzadas, no seguían ninguna lógica, se abalanzaban impulsadas por mis deseos y frenéticamente avanzaban caprichosamente guiadas por mi voluntad. Eran conversaciones inútiles, y yo lo sabia, todo aquel protocolo estaba completamente desvirtuado, sin embargo me llenaba la violencia con la que mis impulsos trabajaban en ese momento, estaba en un estado de sobre excitación y me embriagaba en el.
Cuando llegue al lugar pactado, y tras una breve llamada me dispare en la dirección en la que se encontraba. Mis pies se movían con una inercia abrumadora, continuaba buscando su rostro entre la multitud de entes informes que transitaban las calles a mi lado.
-Esteban!- gritó ella desde el otro lado de la calle
Todo se desacelero con una violencia tal, que ese momento escapo al tiempo y fue mas que suficiente para que olvidara todo preámbulo, ella estaba allí. Llevaba un vestido verde, tal como lo había imaginado para Lorena, sus brazos se abalanzaron sobre mi, denotaban la urgencia de un saludo que se había dilatado por muchos años. Por mi parte, no me encontraba en control de mis movimientos, apenas si lograba coordinar las palabras.
Era tan pequeña como hermosa, emitía una risa nerviosa al ver la diferencia tan evidente de estaturas. Pude observar que se sentía incomoda por este hecho, así que un abrazo venia seguido de un estrujon cariñoso y ponía entre nosotros tan solo unos pasos de distancia, que se diluía cuando nuevamente me abrazaba, mientras reía. Me desesperaba estar tan alejado de aquel rostro, que aun guardaba en el algo de la infantil gracia que despedí aquel día. Procuraba acelerar el paso, encontrar un lugar donde pudiésemos descansar de este martirio que hacia de nuestro reencuentro una caricatura muy interesante de ver. Alguien pudo decir que sacaba a pasear a mi hija.

Una pequeña tienda bastó para acomodarnos. Ordenamos un par de cervezas, y nos apresuramos en poner al día dos vidas que hasta ahora se habían apartado demasiado tiempo. Reía estrepitosamente con cualquier disparate que saliera de mi boca, me rebajé al punto de payaso para escuchar más de ese hermoso sonido. Se abalanzaba en mis oídos y me llenaba de una dulzura reconfortante. No había otro lugar en el que quisiese estar. Sus grandes ojos se perdían en otras direcciones, miraban en todo sin enfocarse en nada en particular. De vez en cuando se posaban sobre mi, con todo el peso de un pasado encerrado en ellos. Guarda en sus ojos cierta tristeza, que en ocasiones osa salir muy en contra de su voluntad. Un trazo limpio separa sus labios, cual si fuesen pintados con el mayor de los cuidados, su sonrisa ilumina su rostro y se esconde tras los hoyuelos que forma en las mejillas. El contraste entre sus labios y sus ojos es dramático, inquietante, quiero escuchar la historia detrás de esos ojos, sin que su boca desdibuje aquella graciosa mueca. 

Aun recuerdo su risa, llenaba todo el espacio a mi alrededor de una alegría, era estruendosa y acelerada. Reía una y otra vez. Por un momento pensé estar en frente de la misma niña que una vez partió de mi. Había cambiado tan poco, aun gustaba de la misma música que escuchamos juntos, conservaba ese acento que la hacía forastera en todas partes, una mezcla de costeño y montuno, que quizá en otra persona habría encontrado irritante, en ella era exquisito.


Es sorprendente lo que puede provocar una persona, incluso en el ser más apagado.

El tiempo se fue rápidamente, hora tras hora pasó por mi lado, y sin embargo me sentía vació de ella. ¿Estaba ella ahí, para mí? Tal vez el minuto siguiente me daría alguna respuesta, tal vez el siguiente minuto la sentiría mas cerca, tal vez el siguiente minuto... tal vez la siguiente hora... el tiempo se había terminado




El regreso

Me alejo de aquel lugar. Ella queda atrás y a su lado yace una particular luz bajo la cual la realidad surge renovada. Estoy de vuelta en las sombras, aunque aun conservo en mi la tibieza de su compañía. 
Camino calles oscuras en busca de un taxi al tiempo que me pierdo en reflexiones insulsas... mi cabeza baila sobre mi cuello. Ella está allá, feliz por un reencuentro con un viejo amigo, yo deambulo extrañado por encontrar en mí algo que escapa de la razón, tan real que lo siento correr y llegar hasta mis dedos, temblorosos aun por la conmoción. Intento acomodar de forma coherente pensamientos confusos y sentimientos poderosos, en este punto la amistad empieza a palidecer en frente de lo que deseo. 

Subo al coche y le indico hacia donde vamos. La noche de la ciudad es tranquila, como si procurara calmarme, reclama a su viejo compañero, aquel que aguarda el momento en que los búhos cantan para luego unirse a ellos. El silencio y la calma casi diluyen su innato peligro, que se esconde a la vuelta de la esquina, o bajo la sombra de un árbol, procurando capturar a algún desprevenido. La ciudad sigue pasando por mi ventana. 

Lejos de la luz una pareja se refugia para profesarse amor... 
“Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, pero la violencia se practica a plena luz del día”
Es una linda frase, algo simplista y fuera de contexto, pero es bella.

-Esos dos, están buscando que los roben- dice el taxista, mientras mira con fijeza a la pareja- Cuantas estupideces se cometen por amor. 
En verdad habían escogido un lugar muy interesante para encontrarse, justo al lado de la carretera, apartados al menos a un kilómetro de cualquier zona residencial. Solo los coches con sus luces interrumpían la penumbra. 
-Cosas que hace uno por una mujer- respondí luego de un momento.

El asintió levemente con su cabeza, y continuamos en silencio. El viento me tranquiliza. Pienso en aquella pareja. La historia de cualquier hombre esta marcada de fracasos amorosos, de decepciones indignantes, e incluso si no supiéramos que basta acertar tan solo una vez para encontrar algo verdaderamente valioso y eterno, el efecto sedante de los juegos de seducción es suficiente motivo para lanzarse al vació en busca de ese algo que nos hace falta. Por qué preocuparse entonces por el caos que corre en las calles, para ellos dos ni siquiera hay calles mas allá de las sombras que los envuelven. 

Llegué a casa. Me apresure a acostarme y hundí la cabeza en la almohada. Se que me va a tomar un tiempo dormirme, así que ni siquiera intento no pensar en ella. La soledad de mi cuarto parece extrañada por mi indiferencia hacia ella, que siempre me espera de brazos abiertos... no soy suyo por esta noche. 

Un recuerdo vívido del último abrazo, justo antes de la despedida viene a mi mente. Mis brazos la rodeaban con firmeza y no pude evitar cerrar los ojos por un instante mientras su cabello acariciaba mi rostro. Fue ese el momento que abrió el abismo frente a mis pies, y sin embargo no salté. Aguardo sentado justo en el borde, observando, razonando. No es una cuestión de razones, no se trata de encontrar una verdad oculta hasta ahora, no es un medio en busca de un fin, porque no se trata de un fin, este salto al vació es una rebelión de los medios, un grito del momento presente que exige prolongar esa violencia con que tiempo y espacio se deformaban en su presencia. 

Estoy sentado en el punto de retorno, hasta acá he llegado en otras ocasiones y por razones sensatas en su momento, he dado la espalda en busca de otros caminos. Ahora puedo alejarme de aquello que desconozco como siempre lo hago. Saltar es solo una opción, tentadora e improbable. Hay algo diferente esta vez, al menos, algo en mí, nunca había curioseado con tanta persistencia en aquella profundidad, y ese algo que me estremece y que dice 
¡SALTA! me llena de coraje. Quiero saltar y caer. Quiero saltar y volar.

Me vuelvo hacia la música en busca de algo que resulte familiar, mi mente toma un respiro cautivada por acordes que reconoce de cierta canción que resulta particularmente tentadora para el momento. Algunas referencias a amores caprichosos e impulsivos hacen eco en mi. Una y otra vez se repite la misma canción. Duermo.